La primera ola del COVID ha repercutido fuertemente en el perfil del estudiante universitario. ¿Cuenta su organización educativa con esta información? ¿Y con los datos clave para proporcionarle los servicios y el seguimiento individualizado que ahora demanda? Siga leyendo y autoevalúe su capacidad de respuesta.
Es evidente que los estudiantes universitarios y las organizaciones educativas que los apoyan a lo largo de su formación académica están rodeados de más incertidumbre que nunca. La pandemia del COVID ha golpeado dos veces al sistema educativo. Por un lado, ha cambiado los estilos de vida de los estudiantes; por otra, ha removido los cimientos de las instituciones tradicionales de educación superior y continua, que han tenido que adaptar sus aulas físicas y modelos de enseñanza presenciales a las condiciones impuestas por la coyuntura sanitaria.Imposible olvidar que, de la noche a la mañana, las instituciones de Educación Superior (IES) de medio mundo han tenido que pasarse a la docencia y la evaluación digital, muchas de ellas sin estar preparadas. Y todo ello, en un plazo muy corto de tiempo y con un grado de intensidad variable según el área geográfica. En un blog anterior sobre cómo aumentar la retención hablamos de que el escenario más pesimista prevé que la incertidumbre alrededor de la pandemia afecte de forma irremediable a las ya de por sí altas tasas de abandono universitario a nivel global. Si en condiciones normales un 30% de promedio de alumnos de primer año abandonaban los estudios, ¿cuál será el porcentaje el próximo año? ¿Y dentro de 2 años? De momento, nadie sabe a ciencia cierta qué deparará el futuro; solo el tiempo, la información y el uso de los datos disponibles tienen la respuesta.
Deserción y el perfil del estudiante de la primera ola
Al día de hoy, contamos con algunas certezas. Para empezar, algunos lugares de Europa ya están inmersos en una segunda ola del virus, lo que, probablemente, llevará a nuevas situaciones de confinamiento y un retorno a modelos híbridos de educación para una gran parte de la población. La buena noticia es que ahora podemos dibujar el perfil del estudiante universitario que dejó la primera ola del COVID, gracias a un informe de UNESCO – IESALC, que podría servir a las IES como referencia a la hora de proporcionar servicios a sus alumnos y tomar decisiones internas de cara al futuro.
¿Cómo es en líneas generales el estudiante de la primera ola? Los alumnos que han tenido la fortuna de estar conectados a Internet –en América Latina y el Caribe sólo uno de cada dos hogares lo están– han debido realizar un importante esfuerzo de adaptación a las nuevas fórmulas de enseñanza y de aprendizaje. Sin embargo, la UNESCO no cree que el cambio a una modalidad de enseñanza a distancia haya repercutido de forma significativa en el logro de los objetivos de aprendizaje. Ahora bien, advierten que no se puede generalizar en este sentido y que dependerá mucho de los distintos contextos y la duración de las medidas excepcionales.
En cuanto a conectividad, también hay espacio para las buenas noticias. Y es que, en esta región, las tasas de líneas móviles (en teléfonos celulares) son extremadamente elevadas y superan, en muchos casos, la cifra de una línea por persona. Para los expertos en educación de la UNESCO, esto es, sin duda alguna, “una oportunidad que las IES deberían aprovechar, centrando sus esfuerzos en soluciones tecnológicas y contenidos para su uso en dispositivos móviles”.
Otro hecho constatado es que, como consecuencia del COVID-19, la movilidad de los estudiantes universitarios se ha visto fuertemente restringida. En 2017, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), había 5.3 millones de estudiantes estudiando en el extranjero. Es muy previsible que este flujo se vea interrumpido. En concreto, América Latina y el Caribe es el bloque geográfico que más estudiantes movilizada hacia otras regiones, en particular Europa y Estados Unidos. Solo en este último país, el Consejo Americano de Educación previó una caída del 25% de la matrícula internacional el próximo curso.
Por otro lado, los universitarios estarán sujetos a mayores tensiones económicas. Los graduados tendrán que hacer frente al pago de sus préstamos y créditos universitarios en situaciones familiares más delicadas que en el pasado como consecuencia de la crisis derivada del COVID. Y, por si fuera poco, las perspectivas laborales para los recién graduados, a finales de 2020 o 2021, son muy pesimistas puesto que se van a encontrar con un mercado de trabajo deprimido.
La movilidad y las tensiones económicas derivadas de la primera ola también muestran un lado amable, debido a que lo más probable es que, tras la crisis, se asista a un repunte de la demanda de educación superior. Esto se produce, en general, por causas exógenas al sector educativo y que tienen que ver con el fenómeno de la búsqueda de refugio en un contexto de depresión económica.
¿Y qué peso tiene la respuesta de las IES a la primera ola del COVID en el perfil del estudiante? Depende, en gran medida, de cómo haya sido su experiencia educativa durante esa primera ola. La UNESCO advierte de que “los estudiantes que no hayan contado con una oferta de continuidad no solo de calidad, sino que comporte un seguimiento individualizado, probablemente se irán desenganchando del ritmo académico y aumentando su riesgo de abandono o deserción”.
El único antídoto para esto, dicen, es “el seguimiento individualizado que, probablemente, no esté en manos por igual ni de todas las IES ni tampoco de todos los docentes”. Este seguimiento es crucial en el caso de los estudiantes más vulnerables para quienes puede inclinar la balanza entre continuar sus estudios o abandonarlos.
Datos para prepararse para el día después
Llegado a este punto, quizás sea el momento de evaluar dónde se encuentra su organización educativa en cuanto a seguimiento individualizado e información sobre el alumnado. ¿Está en disposición de contar con todos los datos? ¿Y de entenderlos? ¿Se está preparado para el día después, cuando se produzca el anunciado repunte de la demanda y los estudiantes prefieran decantarse por aquellas IES que hacen este tipo de seguimientos?
Aquí le entregamos 3 supuestos escenarios que pueden ayudarle a evaluar el estado actual de su organización:
- La institución educativa en la que el alumno acaba de matricularse o planea hacerlo en el futuro no cuenta con los datos que inciden en el abandono estudiantil, están dispersos y/o no están haciendo un buen uso de ellos.
- La institución educativa cuenta con esos datos, pero no tiene claro cómo usarlos de forma efectiva para frenar las tasas de abandono.
- La institución educativa tiene esos datos, puede cruzarlos y ha construido una estrategia totalmente centrada en el estudiante, por lo que cuenta con alertas tempranas sobre su rendimiento y otras herramientas para accionar medidas que permitan evitar la deserción.
Si su institución educativa no ha salido bien parada de esta autoevaluación, no se preocupe en exceso porque volvemos a recurrir a las buenas noticias para hacer frente a los tiempos de incertidumbre que estamos viviendo. La gran mayoría de instituciones universitarias disponen de grandes cantidades de datos sobre sus alumnos que les permitirían identificar y alertar, de una manera muy ágil, sobre aquellos estudiantes que están en riesgo de fuga y tomar medidas al respecto. Tan solo necesitan las herramientas tecnológicas que les ayuden a entender cómo utilizarlos y construir una estrategia totalmente centrada en el alumno. Porque estos datos, cuando están bien cruzados o integrados, cuentan una historia en tiempo real sobre el perfil de los estudiantes que, si se suman a un plan de acción, pueden ser muy potentes.